viernes, 11 de septiembre de 2009

Los médicos

Los médicos somos personalidades extrañas. Tenemos la sensibilidad necesaria como para condolernos por el de enfrente, la rabia suficiente para intentar cambiar el curso de las cosas, la soberbia amplia para tomar decisiones instantáneas, amparados en el correcto actuar para el bien del paciente.

Cualquiera pensaría que somos seres completos sin ninguna carencia; seres incapaces de deprimirnos, indolentes e insolentes, existen algunos ejemplares así, la mayoría luchamos por llegar a donde estamos, para después desear no estar ahí.

A veces, ni nosotros nos entendemos, sólo nos queda claro que estamos donde queremos estar.

Recuerdos graves, difíciles, casi siempre nos refugiamos en los cuneros, en el área de altas, recordamos así el motivo del trabajo, para quienes trabajamos, aún cuando el mundo siga siendo cruel, rápido; aún cuando nadie se detenga a ver al otro.

Los tiempos son distintos, las dimensiones traspasadas en ese justo instante cuando la sirena ulula, cuando ante los ojos ajenos el tiempo pareciera correr de forma más veloz, ante los ojos del paramédico el tiempo se vuelve eterno, se detiene...Cuando la premura por llegar al hospital lleva involucrada la angustia de traer un niño en paro cardio-respiratorio.
Las dimensiones cambian, se trastocan y a veces logramos traspasarlas, pero jamás modificarlas.

Las relaciones nos aterran, cuando nos involucramos, todo sale al revés, descontrolado, desesperado. La rutina se vuelve difícil de cumplir, ya no sólo es un paciente, ahora tiene historia, amigos, padres, hermanos, parejas.

Los médicos nos pasamos la vida estudiando como salvar la vida de los amigos, hermanos, hijos, padres y parejas de los demás; es por eso que cuando tenemos un espacio para dormir no tenemos padres, ni hermanos, ni amigos, ni hijos y a veces... ni pareja; sólo nos tenemos a nosotros mismos. Lo malo es cuando no nos soportamos...

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