miércoles, 5 de octubre de 2011

Cuenta la leyenda

Hace muchos, muchos años, más de los que se pudieran contar, hubo una pareja, tan enamorada como cualquier otra.

Cuenta la gente del lugar que ella era tan bonita y tan reservada que ni los más atrevidos lugareños la cortejaban, era hija del finado Conde.
Todas las mañanas iba a la misa de las 7 de la mañana, acompañada de su fiel nana, envuelta en tafetanes, sedas y encajes; a su paso las murmuraciones abundaban. El Conde había dejado una inmensa fortuna, sin embargo, decían las malas lenguas que había sido formada con el dolor de varias acaudaladas familias, venidas a menos...

Siempre iban a la iglesia cercana a la casa familiar, esa que se puede ver desde la Catedral, por la ahora calle de La Moneda y bajando las escalinatas de Colombia.
Ella era más bien soberbia, no se atrevía siquiera a mirar a los hombres a su lado, convencida que ninguno la merecía.

Los domingos acostumbraban ir a la misa de 12 a la Catedral y aún cuando la audiencia se apartaba al paso de ellas, nadie se atrevía a cometer una imprudente ofensa.
Fué ahí donde lo conoció; alto gallardo, osado, aventurero.
Recién llegado de España, con una fortuna similar a la suya, y el mismo título nobiliario, se percibía en sus atuendos de terciopelo y sedas.
Todo fué coincidir las mitradas, una explosión pasional corrió por las venas de ambos, el mundo a su alrededor desapareció....

Pasaron varios meses en la misma circunstancia, él visitaba la ciudad con frecuencia, sus negocios exigían su presencia contínua en ella; aunque el ajetreo de la misma lo irritaba.
Ella salía por las tardes, en una de esas salidas, coincidieron accidentadamente; escuchar la voz el uno del otro marcó su destino.

El decidió no perderla jamás, ella le amó desde ese momento con toda su alma.
Poco a poco se fué acercando a su familia, al fin consiguió la entrada a ésta. A los pocos meses fué anunciado su compromiso, no sin los escándalos y las murmuraciones de la ciudad entera.

Los amigos de él le advertían, las cortesanas ofrecían sus convincentes favores, las jóvenes casaderas cada vez cuchicheaban más al paso de ella.

Las amonestaciones siguieron corriendo; pero un mes antes de la boda, el Obispo de la Ciudad dió su negativa para que se realizara la unión en la Catedral.
Este revés había sido pedido por los intereses de ciertos Condes, anhelantes de unir su fortuna a la del viajero.

Sin embargo, el escándalo no amainó su pasión, obtuvo rápidamente la anuencia para casarse en la iglesia cercana a la casa de ella; y éste fué concedido.

El día de la boda, ella era la mujer más enamorada que había entrado a esa iglesia a casarse, los azahares se confundían con el brillo de sus ojos.

¿Quién iba a pensar que la tristeza apenas comenzaba a desempacar?

El la llevó a vivir a su Quinta en el pueblo de Tacubaya, y allá la encerró enmedio de árboles, frutas, animales, sirvientes y soledad.
Ella pasaba las horas dando paseos en la propiedad, él siempre en la ciudad.

Poco a poco se fué consumiendo en una nostalgia profunda, visitar la ciudad le estaba prohibido, estar a su lado era un sueño aún  más complicado.
Añoraba las campanas de su iglesia de su Catedral...

El siguió yendo a la misa de 12, olvidando las emociones sentidas cuando la conoció...

A los pocos meses hubo una noticia que llenó la Quinta de emoción y dulzura, el heredero venía en camino.
Sin embargo, fueron los meses de más soledad y angustia; él hubo de partir a España.
Cuando por fin regresó, faltaban semanas para el alumbramiento.
Casi para nacer, ella le pidió la llevara a escuchar misa en Catedral; él se negó rotundamente saliendo en su caballo.

Al llegar a la Catedral, una opresión en el pecho lo molestaba, conforme avanzaba la misa su malestar empeoraba. Al mismo tiempo, ella daba a luz en su habitación.
De manera mágica, ambos murieron al momento de la Comunión, al justo instante que aquel bebé rompía en llanto en los brazos de su abuela.

Cuenta la leyenda, que él había levantado fortuna tras el suicidio de su padre, la quiebra y el ridículo lo habían llevado a esa decisión, empujado por los malos negocios del finado Conde.

La venganza de él, no tuvo límite, y ambos reposan en el pueblo de Mixcoac, en una cripta pequeñita en el convento de Santo Domingo de GUzmán.

miércoles, 24 de agosto de 2011

La cueva

Entrar en tu alma se asemeja a entrar en una cueva submarina,con correintes ocultas y recovecos sin luz...
De  repente... una rendija de luz, al pasar a través de ella, se llega a un cenote luminoso con aguas tranquilas y formaciones espectaculares.
El arcoiris se forma en ciertos ángulos, mas de repente, cuando se tiene la sensación de paz y estabilidad,es ahí cuando aparecen los remolinos.
Remolinos severos  y peligrosos que arrastran al fondo, casi al punto de ahogar al más experto buzo, remolinos que exhaustos lo llevan a la orilla; lleno de cansancio y confusión.

Una vez en la orilla, dispuesto a abandonar por tierra el lugar, otro recoveco, lleno de magia y belleza llama la atención.
Volver a entrar en la cueva es saber que no hay salida alguna, pero al saberse atrapado para siempre, sin saber de donde, aparece una nueva marejada, de manera violenta y sin dar tiempo a nada, arroja fuera de la cueva; sin embargo, todo el equipo se ha quedado dentro... no hay recuerdos físicos, no hay fotos, no hay manera de volver a la ciudad mas que andando, abriéndose los tobillos a cada paso...

Entrar en tu alma es un instante de  placer indescriptible y una eternidad de desazón, de dudas, de recuerdos; de anclas y culpas; temores y reproches; pero sobre todo, de culpas; de buscar en donde estuvo el error; que obviamente; no ha sido tuyo....

jueves, 24 de marzo de 2011

Déjame contarte un cuento II

Erase una vez, una mujer que buscando puerto, decidió levar anclas de toda su flota.
En altamar, fueron hundiéndose una a una sus naves, algunas por tormenta, otras por motines.
Así hasta ir perdiendo toda su tripulación, quedó sola con una barcaza.

Cuando quiso volver al puerto amado, éste se había cerrado a la navegación;
Había sido comprado por una poderosa familia,
Que lo convirtió en acaudalado puerto para embarcaciones pequeñas.

Perdida, sin rumbo fijo, volvió a encontrar al hombre hombre,
Quien le dió alojamiento por unos cuantos días.


Y sin saber como, la mujer comenzó a volverse mujer...

Tras un tiempo seguro, hubo de defender lo poco que quedaba de su barcaza.
Se adentró en mares obscuros y ajenos a su cálida tierra.

Al volverse, convertida ya en una mujer mujer,
Se halló con que su amado puerto cobijaba ferozmente a otra mujer mujer,
Que había traído descendencia ya.

A sus amados frutos convertidos en jóvenes muy jóvenes.
Y al hombre hombre, convertido en un Señor firme y seguro,
Que no había de volver a tomarle la mano.

Y la mujer silenciosa y caminante,
Decidió tomar de nuevo su barcaza
Y haciéndose a la mar en la obscura noche, reconoció al fin, que no se había equivocado.

Liberó a su puerto, en pos de la evolución,
Liberó a sus frutos en pos de verlos hombre hombre y mujer mujer.
Liberó a aquel hombre hombre al que amó  con todo su ser en pos de la verdad.

Y se liberó a ella misma, gustosa de leer y releer lo que la llevó a ese abandono.
Se supo firme y plena, sabiendo que no se engañaba, vió, sintió tal cual era.

Y en la inmensidad del océano, en una barcaza débil y segura,
Sólo la luna y un delfín acompañan a la mujer mujer,
En su última y felíz travesía.

Erase una vez

Erase una vez una mujer joven joven que conoció a su padre grande grande y el hecho la sumió en la tristeza más oscura.
Siguió caminando y poco a poco se fué adentrando en el mundo adulto, ese que no comprendía del todo bien.
De repente, sin saber bien como conoció a un joven joven, en una mañana fría fría.
El joven y la joven experimentaron emociones que jamás pensaron podrían existir. Como si se conocieran de toda la vida y su vida hubiera sido ya muy muy larga, unieron sus almas en una fugaz y acelerada carrera; en pleno éxtasis fundieron pasado, presente y acaso futuro…

El tiempo no estuvo de acuerdo, les comunicó que pronto habrían de separarse. Y la joven joven comenzó a llorar y llorar.
El joven joven se echó a andar con el dolor a cuestas y la confusión de ambos por los suelos.

Poco a poco, la joven joven creyó olvidar, pero le tenían preparada una tristeza más, al poco tiempo un cruel y despiadado animal se encaprichó con ella; la observó y la observó hasta el punto del acecho.
Este terminó con la posesión forzada de la joven joven, mas no así de su alma.
Llorosa y lastimada la joven dejó de ser tan joven…

En ese instante de desesperación logró hallar al joven que seguía siendo joven.
Pero el joven joven no podía sanar las heridas de ella, porque sus caminos eran muy distintos ahora.
La joven continuó su andar, a cada paso buscaba agradar hasta conseguir que un día él se volviera a fijar en ella, mas nunca lo logró…

Y un día, por fin, la joven se enamoró profundamente hasta convertirse en mujer.
Sin embargo, volvió a equivocarse, y tuvo la necesidad de separarse para proteger aquello que crecía dentro muy dentro de ella.

Nuevamente halló al joven que había dejado de ser tan joven, la acompañó en los tiempos difíciles que se avecinaban, cuando la hubo sentido firme…volvió a marcharse…

Al tiempo, la mujer encontró puerto donde descansar, aunque su pensamiento continuaba distante.
Un día el joven por fin la halló… el corazón de la mujer dió un vuelco… el gusto duró poco, solamente era la notificación de un matrimonio venidero; y la mujer vió en silencio como el joven se convertía en hombre.

Una vez perdida toda esperanza, decidió anclarse definitivamente al puerto donde descansaba.

Los años pasaron, ambos tuvieron descendencia, ambos parecían estables, la realidad era otra. Ella nunca supo por boca de él sus angustias, él conocía hasta sus más íntimos secretos, excepto uno, que es el que nos ocupa hoy.

Al tiempo, él accedió a venderle el corcel blanco que tanto le gustaba a ella, sin embargo, el animal no estaba muy de acuerdo y una noche la derribó de la silla.
La mujer se rompió la pierna, gracias a eso, los médicos detectaron una extraña enfermedad que avanzaba sobre su cuerpo, cáncer decían, ni los brujos más experimentados sabían que hacer…
La mujer y el hombre hicieron a un lado a sus parejas, todo para intentar vencer a ese dragón embravecido.
Las palomas iban y venían con misivas constantes.

Los médicos y los hechiceros se dieron por vencidos. La mujer en su profunda tristeza topó con un chamán.

El chamán vivía en la playa vecina a la que vivía el hombre, pasaron días, noches, semanas, meses… la mujer se curó…

Durante un lapso grande, el hombre y la mujer se escribieron, compartieron vida, pan y queso.
Y las miradas de ambos resultaba de complicidad, en agradable compañía el tiempo se detenía, rindiendo tributo a la pareja que se unía dos veces al año por unas cuantas horas.

El dragón de la enfermedad avistó nuevamente a la mujer, pero ella sabía ahora blandir su espada, jamás pensó en que el dragón pudiera fijar sus ojos en el benjamín; la cobardía la hizo presa.
Volvió a buscar al hombre, pero no lo halló…

…y sin comprender aún su ausencia, ha decidido levar anclas de su amado puerto, revelar todos sus secretos, sin importar las naves que pierda en el camino.
Así se quede solo con una humilde barcaza, perdiendo su imponente flota en el trance de aceptar que ni siquiera su amado puerto pudo hacerla olvidar.
Al hombre hombre que conoció siendo ambos jovenes muy jovenes; y a quien nunca se atrevió a contarle el cuento, por miedo a perderlo, porque prefería callar y observarlo unas cuantas horas cada año.
Por no arrebatarle la felicidad a alguien más…

Y es ahora, justo ahora, que la mujer se abre de capa, decidiendo revelar, sabiendo que quizás jamás sepa la verdad, pues jamás volvió a escuchar de él nada en realidad. Pues las misivas se daban en paz, inconsistente la esencia con la presencia.

Se cansó de hacerse creer que si son almas gemelas, que si estuvieron juntos, que si el tiempo lo cura todo…

La mujer decidió volverse mujer, para ver si así puede ser felíz.

Y entonces, y solo entonces, pueda ser una mujer mujer