jueves, 4 de diciembre de 2008

Un parque

Hay momentos en que el tiempo no pasa, y eso sucede a menudo con los niños. Cuando uno decide pasar el tiempo en un parque es aún más notorio.
Siempre, afortunadamente, habrá lo mismo: aves cantando, fuentes con agua brotando, (que ahora se duda de su sano tratamiento) neveros con su carrito de paletas, perros con o sin dueño, ancianos que toman el sol, parejas que se promulgan su amor a los cuatro vientos y... niños! sí, muchos niños que juegan con pelotas, cuerdas, bicicletas, loas más osados con patinetas. El tiempo de los trompos y el balero quedó atrás cuando mi abuelo era niño, sin embargo, los parques no han cambiado mucho; por fortuna no los ha inundado la tecnología con sus dichosas consolas de video juego personal.
Aquí los niños siguen corriendo tras su pelota o su perro, siguen riendo al lado de sus padres, hermanos y amigos, y sí, también siguen llorando cuando se tropiezan y se raspan las rodillas o los codos.
Los niños, por gracia universal, siguen siendo niños pase lo que pase, y un parque es la mejor manera de conocer esa dimensión inalterable.

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